Israel: Un año después



Israel: Un año después

Pedacitos de mi hajshará

Hace un año estaba de hajshará, mi respiro después de la escuela y antes de la universidad. Mi tiempo en Israel fue más que un cambio de rutina y parteaguas entre dos etapas. Fue una oportunidad de aprendizaje, de autoconocimiento, de independencia y de conocer otras perspectivas. La verdad es que también fue una experiencia llena de retos, pero estos retos, hicieron esta experiencia todavía más enriquecedora y especial.  Fue un viaje lleno de lecciones, de cuestionamientos, de cosas que acomplejan. Meses de salir de mi zona de confort y adaptarme a cosas nuevas. Me hicieron crecer y madurar.

Durante mi tiempo en Israel, aunque de ratos fue difícil y confuso, sentí mucha felicidad y libertad. Nunca había vivido de manera tan independiente, ni en otro país. Estar en Israel, te "empuja" y trae muchas cosas a la superficie, lo bueno y lo malo. Te obliga a vivir en el momento. Desde que llegué, supe que iban a ser unos meses increíblemente especiales, pero nunca imaginé lo mucho que me llevaría de ese tiempo conmigo.

Aunque estudié en escuela judía toda mi vida, mi identidad y lo que significa ser judía para mi, cambió y se fortaleció durante mi tiempo en Israel. Poder vivir mi judaísmo de una manera más cotidiana e informal, me hizo valorarlo más. Vivir mi judaísmo de una manera cultural, y no tener que buscarlo "activamente" como en la diáspora, me dio un sentimiento de pertenencia que no había sentido. Tuve que resolver problemas, enfrentarme a situaciones nuevas y responsabilizarme, y parte de esto me volvió más crítica: también crítica a mí misma, a mi judaísmo y a Israel.

Me fui hablando hebreo “bien”, pero regresé hablando “muy bien”. Logré poder comunicarme con personas en la calle con mucha más facilidad, poder comprar el producto correcto en el súper y leer el menú sin pedir ayuda. Poder "vivir" el idioma, hizo que aprenda más de la cultura y vida israelí.
Logré conectar con fiestas judías, que aunque por años llevo estudiando y celebrando, nunca habían sido tan significativas para mí. Esa paz tan rica que se siente en las fiestas, en las que todo para, y esos días que se vuelven un descanso obligatorio...

Tel Aviv se volvió mi casa. Me enamoré de la ciudad y viví como local. Nunca había conocido una ciudad tan bien. Conocí sus calles, sus rutas de camión, restaurantes y miles de cafés, sus playas y muchos rincones escondidos. Israel está lleno de lugares bellísimos, y aunque no lo esperaba, me enamoré de sus paisajes, que conocí poco a poco en hikes (¡otra sorpresa!), de sus atardeceres (¿Verdad, Nelly?), de su desierto, de su comida y de los israelís, que muchas veces no se si me regañaban, me querían decir algo o estaban ligando (a su estilo).

Tuve la oportunidad de pasar las mañanas haciendo algo que me encanta. Haber podido trabajar con niños, verlos crecer y ver cómo se forma esa identidad tan israelí fue una de mis experiencias favoritas durante esos meses. Aprendí a cambiar pañales, a preparar biberones, jugué y me divertí mucho... pero también aprendí cómo, desde que son bebés, les inculcan esa independencia y firmeza tan característica. Creo que estar con niños es bueno para el corazón, y que no hay mejor manera de conocer un país que a través de sus niños.

Mi tiempo en Israel me preparó de muchas maneras para la siguiente etapa de mi vida. Conocí personas diferentes y de otros países, que me enseñaron mucho. Pude convivir y vivir con mi hermana de otra manera... Por esto y más, esos meses fueron tan especiales y de los mejores de mi vida. Aunque estuve lejos de mi casa, me sentí "en casa".




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