Aprendiendo a desaprender

La pregunta original es: ¿quién es sabio? y la respuesta es: el que aprende de todos. Pero, qué pasaría si la respuesta a esa misma pregunta fuera: sabio es el que puede desaprender y reaprender.

Desde el día 1 nos enfocamos en lo que queremos aprender, habilidades que queremos obtener, cosas que queremos entender, cambiar, modificar, adquirir… pero:

¿Cuándo nos preguntamos qué queremos desaprender?

Pensemos en un niño: aprende a darse la vuelta, a gatear, a caminar, a saltar y a correr. Poco a poco comienza a reír, a hablar, a relacionarse con los demás. Pero también aprende malos hábitos y costumbres, adquiere pensamientos que le hacen daño, mañas que lastiman a los demás, formas de ser que no lo dejan volverse su mejor versión. Esto pasa, ya que forzosamente si aprendemos lecciones buenas que nos hacen crecer, también aprendemos enseñanzas no tan buenas, que nos atoran, nos estancan y nos impiden seguir adelante.

Aunque cada uno tiene distintos aprendizajes que desaprender, algunas cosas que nos vendría bien desaprender o reaprender este año nuevo son:


La mala costumbre de ser indiferentes
“No estás obligado a terminar la tarea, pero tampoco eres libre de descuidarla” (Pirkei Avot 2:16).


La indiferencia va en contra de muchos valores judíos, como el reparar el mundo o “tikún olam”, el cuestionar y preguntar sobre todo para no quedarse con lo superficial o lo más fácil, y el ser personas responsables con uno mismo, con los demás y con el mundo.

Dejemos de echar la responsabilidad hacia un lado, de no asumir lo que nos corresponde y de culpar a los demás. Paremos de no asumir las consecuencias de nuestros actos o tan siquiera reconocerlas, por indiferencia, por dejarlo para después o por el “qué dirán”. No digamos: “yo no puedo hacer la diferencia”.

Claro que es mucho más sencillo tomar una postura indiferente en la mayoría de las situaciones, pero deberíamos de preguntarnos: ¿Nos gustaría que cuando necesitemos ayuda, el otro permanezca indiferente? ¿Quisiéramos que las próximas generaciones tengan un planeta y conozcan (lo que queda) de la tierra que nosotros conocemos? ¿Por qué no tenemos conciencia con el daño que hacemos? ¿Qué me gustaría que el otro haga por mí cuando yo esté en una posición desafortunada? ¿Qué puedo hacer para vivir en un mundo más justo, más bueno? Preguntémonos: Si no yo, ¿quién? Y ¿Si no ahora, ¿cuándo?


La necesidad de estar todo el tiempo conectados, alertas y sobre estimulados
“Toda mi vida crecí entre los sabios y no he hallado nada mejor para el hombre que el silencio” (Pirkei Avot 1.17).

Con la tecnología a nuestro alcance las 24 horas, con respuestas inmediatas a todo, con acceso a un mundo de información y utilidades… ¿sabemos estar desconectados y en silencio? ¿Sabemos tomar decisiones por nosotros mismos sin preguntarle a los demás su opinión? ¿Nos auto valoramos sin forzosamente obtener la aprobación de los otros? ¿Sabemos disfrutar el momento presente sin pensar en compartirlo? ¿Podemos tener una conversación con alguien más o pasar un rato agradable sin tecnología interrumpiéndonos?

Aunque por lo general recurrimos al otro para que nos aconseje, nos diga qué hacer y decida por nosotros, la mayoría de las veces la respuesta está en uno mismo. Hay que buscarla, pero ahí esta. Solamente si tomamos nuestras propias decisiones nos podemos hacer responsables de ellas. La mejor manera de encontrar estas respuestas es estando en silencio, siendo pacientes con uno mismo y conectando con nuestros pensamientos.

Aunado a lo anterior, si procuramos estar en silencio, también nos podemos volver más pacientes, tolerar más la frustración, reaprender a aburrirnos y no necesitar estar estimulados todo el tiempo. Si dejamos la tecnología a un lado, podemos buscar nuevas maneras de resolver problemas, podemos reaprender habilidades que hemos cedido a todas las nuevas herramientas tecnológicas, podemos acordarnos de lo mucho que tenemos en nosotros mismos para salir adelante.


El hábito de no cumplir nuestra palabra y escondernos detrás de la razón
“Lo esencial no es la teoría sino la acción y todo aquel que habla demasiado comete pecado” (Pirkei Avot 1:17).

Sí, es cierto que tenemos más información a nuestro alcance, que tenemos más explicaciones a lo que sucede en el mundo, que racionalmente hemos avanzado mucho como especie. Pero aún más importante que comprender las cosas, que aprender y aprender más y más, que racionalizar y analizar, lo más importante es actuar, es poner en práctica las lecciones que hemos aprendido. Para eso es importante conectar con la parte emocional, que muchas veces “escondemos” detrás de la razón. En otras palabras, intentemos ser mensch, hombres y mujeres íntegros. Nada va a sustituir nunca el cariño de alguien que queremos, sentirnos vistos, la calidez de un abrazo, la sensación de sentir que el otro se preocupa por nosotros y nos visita.

De nada sirve hablar y hablar, si no cumplimos lo que prometemos y menos si nada más hablamos para impresionar y buscar aprobación de los demás.


El estar únicamente enfocados en nosotros mismos, olvidarnos de ser buenos vecinos y miembros de la comunidad
“Cuida el patrimonio de tu prójimo como si fuera tuyo” (Pirkei Avot 2:12).

Muchas veces estamos tan enfocados en nosotros mismos que se nos olvida pensar en los demás, preguntarnos qué necesitan los otros, imaginarnos cómo nuestras palabras y acciones tienen un efecto allá afuera.

Lo mismo pasa con las pertenencias de los demás. Tratemos con respeto el trabajo de los demás, toleremos posturas diferentes a las nuestras, recordemos que la vida es más grande que nosotros mismos y que estar tan ensimismados limita nuestra perspectiva y nos traerá consecuencias.

Acciones tan simples como prestarle toda nuestra atención al otro mientras conversamos, recoger nuestra basura o dejar limpio un baño público, saludar y agradecer, todas estas “pequeñas acciones” de cortesía hacen una gran diferencia en los demás (y en uno mismo).


La creencia de que lo que vemos (y sabemos) es la verdad y que tenemos toda la información

“No te fijes en el recipiente sino en lo que contiene, que existen recipientes nuevos repletos de vino añejo y recipientes viejos en los que ni vino nuevo hay” (Pirkei Avot 4:20).

Eso nos pasa a todos. Nos dejamos llevar por las apariencias y creemos que ya aprendimos todo lo que podemos aprender, que sabemos todo lo que hay por saber. Pero antes de juzgar a una persona o alguna situación, preguntémonos: ¿qué hay detrás?, ¿qué está sucediendo que no estoy tomando en cuenta?, ¿podría ser que mi pensamiento esté sesgado por mis prejuicios? Consideremos que lo que reconocemos ser la verdad probablemente no lo sea, o por lo menos, no es la verdad completa ni la verdad de todos.


Los puntos anteriormente mencionados son solamente algunas de las lecciones que quizás debamos desaprender, pero cada quien tiene otras. Algunas son compartidas y algunas son exclusivamente de uno mismo. Nadie las conoce mejor que uno, y darse cuenta de lo que tenemos que desaprender es difícil y a veces doloroso.

Aun así, es importante intentar dejar ir hábitos, pensamientos, costumbres, partes tan enterradas en nosotros mismos que son muy difíciles de cambiar y darnos cuenta que las tenemos. Quizás es por comodidad, miedo, costumbre, no saber o una combinación de todo. Desaprender necesita autoconocimiento, autocontrol, estar dispuesto a perder...es más difícil desaprender que aprender, pero propongo que le invertamos la misma energía... porque paradójicamente, desaprender trae nuevos aprendizajes.


      Que este año todos desaprendamos lo que no nos hace bien y reaprendamos maneras de ser mejores y más auténticos con nosotros mismos, con los demás y con el mundo.


Este artículo fue originalmente escrito para la revista de la Comunidad Bet El para Rosh Hashana. Septiembre 2019.














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